Después
de enfrentarse al león de Nemea y a la terrible Hidra, Euristeo
encomendó a Hércules un trabajo que iba a requerir de él otras
virtudes distintas al valor y a la fuerza que hasta ahora había
demostrado.
Tenía
que capturar con vida a la cierva de Cerinia y llevarla viva hasta
Micenas. No era ésta una cierva cualquiera, ya que era tan enorme
como veloz y en su tiempo había logrado escapar de la propia
Artemis, que sorprendiéndolas a ella y a sus cuatro hermanas,
paciendo en un claro de bosque, las unció a toda a su carro, salvo a
ella, que huyó libre e indómita.