Euristeo,
enojado por la presteza con la que Hércules realizaba las tareas que
le encomendaba, quiso complacer la caprichosa voluntad de su hija
Admete. Hacer que el más extraordinario de los hombres se encargara
de satisfacer el antojo de una adolescente no dejaba de ser una forma
de humillación que complacía los enrevesados designios del monarca.
La
joven Admete, acostumbrada a los lujos de palacio y a la inmediata
satisfacción de sus deseos, había desarrollado un carácter
caprichoso, dominado por la envidia y que no era sino el fiel
reflejo, a pequeña escala, de la naturaleza de su padre. En secreto,
codiciaba la libertad que tenían otras muchachas de su edad, pero se
veía incapaz de renunciar a las comodidades de su condición. Se
conformaba imaginando aventuras que jamás acometería mientras
escuchaba las proezas de las amazonas que una vieja criada le contaba
por las noches.