Ya eran muchas las
bestias y criaturas extraordinarias que habían sucumbido a la fuerza
del poderoso Hércules, pero vastas eran las tierras y los reinos
colindantes y numerosos los peligros a los que el caprichoso Euristeo
pudiera enfrentar a nuestro héroe. Conocía el cruel monarca la
existencia de cuatro enormes yeguas salvajes, que retenía en sus
establos Diomedes, que gobernaba al pueblo de los bistones en Tracia.
No había existido
sobre la faz de la tierra caballo tan fiero e indomable como estas
bestias. Amarradas con gruesas cadenas de hierro a unos pesebres
forjados en bronce, causaban el terror entre aquellos que osaban
acercarse a los establos de Diomedes.