Personajes.
Teseo: El
protagonista. Héroe a tiempo completo. Quiere ser libre.
Egeo: Rey
de Atenas y padre de Teseo.
Minos. Rey
de Creta.
Ariadna. Enamorada
del héroe e hija de Minos, por ese orden.
Astestión. Para
los amigos: el Minotauro. Hermanastro de Ariadna e hijo de Minos. Da
igual el orden.
Narrador. Yo.
Personaje fantasma, en muchos sentidos.
La
historia transcurre entre Atenas y Creta. Ambas compartían
enemistad
Las
decisiones más difíciles son las más fáciles de tomar porque le
dedicas mucho de lo mejor y más valioso que tienes, tiempo. Eso
pensaba Teseo, el protagonista de nuestra historia. Después de matar
al toro blanco con aliento de fuego- la halitosis era un problema ya
en tiempos inmemoriales- se dirigió a Atenas para ofrecer su piel y
cabeza como ofrenda a los dioses. Cansado de que su destino fuera
decidido a suertes por los dioses del Olimpo, decidió hacer algo
extravagante, insólito, contrario a su arbitrio. Decidió ser libre.
¿Cuál era el motivo por el que él, igual a otros, era favorecido
por los dioses? ¿Y si esos mismos dioses, por capricho, decidían lo
contrario? ¿El azar de esos seres ajenos a su vida le guiaba? ¿Hasta
cuándo? Quiso escribir él mismo su destino, tallarlo sobre la
piedra lisa, cincelarlo con bellas palabras de libertad.
Por
aquel entonces, Atenas, como pago por la muerte de Androgeo, hijo de
Minos, rey de Creta, estaba obligado a mandar cada año, como ofrenda
para el sacrificio, siete jóvenes y siete doncellas. Estos eran
conducidos hasta el oscuro laberinto del Minotauro, mitad hombre,
mitad bestia, donde eran devorados sin remedio. Y aquí es donde
empieza la rebelión de nuestro héroe; decidió presentarse
voluntario como uno de los catorce, anticipando el resultado del
sorteo.
Ya
embarcado, conoció a Ariadna quien se enamoró de él. Sabiendo el
destino que le aguardaba, traicionó a su padre y
hermanastro entregando a Teseo la forma de entrar y salir del
laberinto. Consciente de su decisión, mostró al héroe la llave del
laberinto. Un ovillo de oro que atado al dintel de la puesta de la
casa de Asterión, se desenrollaría hasta encontrar la estancia
lúgubre donde descansaba el medio hombre, medio toro. Acabada la
bestia, sólo tenía que enrollar el ovillo hasta encontrar la
claridad del día.
La
mirada de amor de Ariadna voló por el aire salino de la embarcación
posándose en Teseo. Ella le ayudaría a cambio de una promesa de
matrimonio. ¿El la correspondía? En aquellos momentos el afán de
libertad superaba al resto de los sentimientos. Cortar los hilos de
marioneta circense era su único afán. Recibió la llave y entregó
un si que nunca sería.
La
noche era oscura, casi sin luna, propicia para la sorpresa. El ovillo
con paciencia se desenrolló hasta alcanzar el último
rincón de la estancia más apartada del laberinto. De la casa de
Asterión. Esqueletos mondos, espadas desenvainadas y cubiertas de la
capa del tiempo, escudos rasgados, lanzas quebradas, se encontraba el
hijo de Egeo al introducirse más y más en la guarida del Minotauro;
tenía miedo. Un héroe no se diferencia del resto de los mortales
por el grado de miedo o por no tenerlo, si no por cómo lo afronta.
Tiene miedo, más del que pueda describir, pero no deja de avanzar
hacia su destino. No le paraliza, no le vuelve la espalda.
Fuera
tiene que estar amaneciendo por el tiempo que ha pasado, la
desesperanza hubiera surgido sino llegara hasta él el lamento entre
sueños de un ser enorme. Dormido, profundamente dormido es como se
encuentra a su contrincante y así es como acaba con él. No le ha
dado la oportunidad de defenderse. Quiere volver con sus amigos,
quiere volver a Atenas para proclamar a todas las madres que no
tendrán que verter más lágrimas por unos hijos
que morirían ensartados por dos poderosas astas. Enreda el
ovillo, esta vez con prisa, hasta alcanzar con los ojos entornados la
claridad del día que avanza. Del laberinto al puerto donde le
aguarda la tripulación ateniense no hay mucha distancia, suficiente
para sonreír mirando hacia el cielo. Lo he conseguido,
dice para sus adentros.
Embarcado
hacia casa un cuenco de gachas sabe mejor y una decisión
desagradable es menos dolorosa. Inclina la cabeza a modo de despedida
a la que ha sido durante un día su prometida cuando se aleja de la
playa desierta donde la ha abandonado. Unos dirán al cabo de los
siglos que no quería provocar otra guerra con la llegada de la mano
de Ariadna a Atenas -una tal Elena y un tal París podrían haber
tomado buena nota- otros que la abandonó para que la flota cretense
se retrasara y tomar suficiente distancia para alcanzar las costas
del Ática. Por una u otra razón, lo hizo.
La
historia está a punto de terminar y muchas narraciones aquí
concluyen pero creo que hay que destacar un último acto de esta
aventura; el origen del nombre del mar Egeo. Cuando va a zarpar Teseo
hacia Creta, su padre, el rey de Atenas, Egeo, le indica que cuando
vuelva vencedor, ice una vela blanca en vez de las negras
tradicionales en señal de un destino feliz. No lo hizo, se olvidó y
el rey, triste por la teórica muerte de su hijo se tiró al mar que
desde entonces se llamó Egeo.
Yo
el narrador doy fe de que ocurrió así. Porque he estado allí y
en otros muchos lugares con la fuerza de mi imaginación. Porque cada
vez que he leído el mito, he viajado con Teseo desde Atenas a Creta
y he matado con su maza al Minotauro y he abandonado a Ariadna en la
playa y he visto caer a Egeo al mar que lleva su nombre.
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He encontrado otra versión preciosa, para niños más pequeños, de un grupo de alumnos de 1º, 2º y 3º de Educación Primaria del Colegio Público de Educación Infantil y Primaria de Abárzuza (Navarra)
¡¡Precioso¡¡ ¡¡Ole por sus profesores¡¡
¡A leer¡
muy buena
ResponderEliminarMuchas gracias, eres realmente amable
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