Tras
esforzarse en la ingrata tarea de limpiar los establos de Augías,
Hércules tenía que demostrar, de nuevo al mundo, su fuerza ante
un rival que lo pusiera a prueba. Necesitaba sentirse reconocido por
su fortaleza y bravura y pisotear una vez más los torcidos designios
de Euristeo. Cuando caía la noche, se embozaba en la piel del león
de Nemea, que él mismo había abatido, y sus
ásperas manos acariciaban la digna piel de aquel monstruo derrotado.
miércoles, 19 de junio de 2013
lunes, 10 de junio de 2013
HÉRCULES Y LOS ESTABLOS DE AUGÍAS. QUINTO TRABAJO
El
quinto trabajo de Hércules iba a poner a prueba los límites de su
dignidad. Euristeo, consciente de que el héroe, debido a su fuerza y
sabiduría, iba resolviendo cuantos retos le iba encomendando, quiso
humillarle con una tarea indigna y repugnante.
Augías,
que había sido uno de los argonautas que había viajado con el gran
Jasón, tenía el beneplácito de los dioses y su ganado no sufría
nunca enfermedades. Sus innumerables cabezas, entre las que
descollaban trescientos toros negros de patas blancas y doscientos
sementales rojos, pacían a sus anchas por los alrededores del
establo del rey de la Élide. Todo el ganado estaba además
protegido por doce descomunales toros plateados, que lo defendían de
fieras y ladrones.
martes, 4 de junio de 2013
HÉRCULES Y EL JABALÍ DE ERIMANTO
El
cuarto trabajo que Euristeo encomendó a Hércules fue dar caza con
vida al jabalí de Erimanto, nombre del monte por cuyas laderas
sembraba esta bestia el terror y la destrucción
El
legendario héroe se enfrentaba una vez más a la difícil tarea de
dar caza a una criatura única en su especie. Si bien la cierva de
Cerinia había destacado por su frágil belleza y extraordinaria
rapidez, el jabalí con el que iba a enfrentarse era una criatura de
una fuerza y brutalidad inusitadas. Se alimentaba de seres humanos y
sus patas hollaban la tierra con tal potencia que la hacían
temblar como si se tratara de un terremoto. Era capaz de arrancar del
suelo con sus cuernos de media luna las raíces de los árboles y
con una sed insaciable de destrucción recorría campos y sembrados,
arrasando todo lo que se cruzaba a su paso.
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