
La
joven Admete, acostumbrada a los lujos de palacio y a la inmediata
satisfacción de sus deseos, había desarrollado un carácter
caprichoso, dominado por la envidia y que no era sino el fiel
reflejo, a pequeña escala, de la naturaleza de su padre. En secreto,
codiciaba la libertad que tenían otras muchachas de su edad, pero se
veía incapaz de renunciar a las comodidades de su condición. Se
conformaba imaginando aventuras que jamás acometería mientras
escuchaba las proezas de las amazonas que una vieja criada le contaba
por las noches.
Quiso
el azar que el rey oyera a su hija mencionar que le encantaría
poseer el extraordinario cinturón de oro que Ares había regalado a
Hipólita, reina de las amazonas e hija suya. De inmediato, Euristeo
mandó a Hércules obtener el preciado trofeo a toda costa y
entregárselo a Admete, para completar el noveno trabajo.
Era
largo el viaje hasta el reino de las amazonas, así que Hércules
zarpó acompañado de un grupo de los mejores y más esforzados
guerreros, entre los que se encontraba el mismísimo Teseo. Todos
ellos eran conocedores de la bravura de las amazonas, un pueblo de
guerreras, las primeras en usar montura, que no reconocían vasallaje
alguno a ningún hombre. Entre ellas se encargaban de gobernar,
administrar y defender las tierras, relegando las tareas más
serviles a los hombres, a los que incapacitaban desde pequeños para
la guerra y la lucha.
Habitaban
junto al río Termodonte, cerca del Mar Negro, donde habían
instituido tres tribus. Hipólita era la primera entre todas las
amazonas y reinaba sobre la tribu más importante y se sentía amada
y protegida por su ejército de guerreras, armadas con arcos cortos y
escudos en forma de media luna, fuertes doncellas vestidas con las
pieles de fieras salvajes que ellas mismas abatían.
El
viaje por el Mediterráneo de Hércules y los suyos hasta llegar a
las tierras habitadas por las amazonas no estuvo exento de
dificultades, pero todos ellos tenían claro el principal objetivo de
la expedición: enfrentarse a aquellas extraordinarias guerreras.
Preparados para la lucha, desembarcaron cerca de la desembocadura del
río Termodonte y montaron el campamento con la premura de quien no
había pisado tierra firme en muchos días. Algunos de los marineros
estaban expectantes por ver a las amazonas, pero Hércules les
advirtió que no eran éstas delicadas damiselas que se dejaran
seducir por lisonjas o cumplidos. Cansados por el largo viaje, se
retiraron a sus tiendas, a la espera de lo que les depararía la
salida del sol.
Hércules
se despertó azorado a media noche. El leve crujido de una rama al
partirse le puso sobre alerta. Había alguien en las inmediaciones de
su tienda, así que buscó en la oscuridad la tranquilizadora
presencia de la espada que reposaba junto a su lecho. No fue en vano.
Una sombra alargada irrumpió en el interior, ocultando la luz de la
luna que entraba por la puerta y se acercó hasta él. Hércules
guardó silencio, esperando a que el intruso se acercara un poco más
y justo cuando estaba a punto de alargar el brazo para ensartarlo con
la hoja de su espada, escuchó una voz femenina.
–
Detén tu brazo, poderoso Hércules. No quieras
medir tu fuerza con la destreza de la reina de las amazonas.
Hércules
se incorporó con una media sonrisa, pero sin soltar la empuñadura
de su espada.
–
Hipólita… Mis ojos se acostumbran ahora a la
oscuridad y te reconozco por el brillo de tu cinto y la audacia de
tus palabras.
– No
temas, héroe. No he atravesado la oscuridad hasta meterme en tu
tienda para arrastrarte al Hades, sino para que nos encontráramos a
solas, antes de que el acero mediara entre nosotros.
Hipólita
se sentó sobre el lecho de Hércules, con una sonrisa en los labios.
Aunque sus palabras indicaban lo contrario, sus intenciones
inicialmente habían sido otras muy distintas a la charla amable que
ambos estaban manteniendo. Sabedora de la extraordinaria fortaleza
del hijo de Zeus y temiendo que quisiera usurparle su reino, quiso
anticiparse a cualquier movimiento de éste y aprovechar la noche
para arrebatarle la vida. Pero al encontrarse frente a él y pese a
su naturaleza arisca y guerrera, la reina de las amazonas cayó
embelesada por la belleza y extraordinarias virtudes que adornaban a
su oponente. No era, desde luego, como ningún otro hombre que
hubiera conocido y su corazón se ablandó como la tierra bajo una
lluvia inesperada.
– No
creas que desconozco tus intenciones, Hércules. La crueldad con la
que Euristeo maneja a su antojo las riendas con las que quiere
someterte es famosa en toda la Hélade. Sé qué has venido a buscar
– susurró, mientras rodeaba con sus manos la hebilla dorada del
cinto que sujetaba sus ropas – pero va a ser éste el más dulce y
sencillo de tus trabajos. Reposa por un momento de tus tribulaciones,
porque de buena gana voy a entregarte aquello que anhelas.
Hipólita
desprendió la hebilla que sujetaba el cinto en torno a sus fuertes
caderas y se lo entregó ruborizada a Hércules. No se parecía en
nada a la reina fiera y montaraz de la que tanto le habían hablado.
La que estaba a su lado era una recién desposada que se encontrara a
solas por primera vez con su marido.
Pero
no quiso la envidiosa Hera que aquella noche acabara en romance, sino
en guerra. Tomó la diosa la forma de una de las amazonas y recorrió
el campamento alertando a todas ellas de la desaparición de su
reina, con gritos tan terribles que los caballos relinchaban
asustados, conocedores de la naturaleza divina de la furia que
recorría como una serpiente las huestes de las amazonas.
–
¡Despertad, compañeras! El bastardo de Zeus ha
raptado a Hipólita en mitad de la noche, vuestra reina se halla
cautiva en poder del más detestable de los hombres. ¿Acaso no
acudiréis en su ayuda? ¿O es que tal vez habéis decidido abandonar
vuestra vida guerrera y adormeceros con el sonido de la rueca?
Así
alentaba el odio la esposa de Zeus entre las amazonas, que ya
montaban en sus ágiles cabalgaduras y tensaban enfurecidas las
cuerdas de sus arcos, lanzando gritos de batalla mientras galopaban
en pos del rescate de su reina.
Despuntaba
el alba cuando Hércules despertó junto a Hipólita, alertado por
los sonidos de la inminente batalla. Enfurecido al pensar que había
sido víctima de un engaño que le había hecho bajar la guarda,
increpó a la reina de las amazonas.
–
Así que estas son tus malas artes, adormecerme
con falsas promesas de amor bajo el manto de la noche, para atacarme
a traición bajo la luz del sol. Veo ahora con claridad tu verdadero
rostro, guerrera furtiva que crees poder vencerme con artimañas.
Hipólita
no sabía a ciencia cierta qué estaba sucediendo, pero si sus
amazonas estaban atacando el campamento, sería por alguna razón de
peso. Quiso Hera confundir su mente aún entorpecida por el sueño y
se abalanzó temerosa de que Hércules quisiera hacerle daño en
busca de sus armas. Este gesto fue su perdición porque el héroe,
viéndose atacado, abatió con un golpe certero de su espada a
Hipólita, que cayó al suelo ya sin vida.
Enfurecido,
salió de la tienda para enfrentarse con sus compañeros a las
amazonas. Larga y cruenta fue la batalla, pues no eran éstas enemigo
que se rindiera con facilidad, pero acabaron siendo derrotadas por
Hércules y Teseo.
Durante
el regreso a Tebas, Hércules se mostró taciturno y entristecido.
Recordaba la dulzura de Hipólita y maldecía que la expedición
hubiera acabado de forma tan sangrienta, por una traición que no
llegó a saber nunca que era tal. Entregó a su pesar el
extraordinario cinturón de Ares a Euristeo, sabiendo que éste se lo
entregaría a la caprichosa Admete, sin darle apenas importancia.
Para Hércules, el cinto era a la vez una prenda de amor y el botín
de una guerra que no hubiera querido llevar a cabo. Desde el Olimpo,
más allá de las nubes, Hera sonreía satisfecha, contenta por haber
convertido en jirones de seda rasgada el corazón de cuero de
Hipólita, que hubiera sido digna merecedora del amor de Hércules.
Escrito por mi amigo: Roberodoro
Por favor, valorad la entrada, nos ayuda mejorar.
genial!
ResponderEliminarCerra el orto
Eliminarme ha ayudado mucho para mi trabajo de mitoligía
ResponderEliminarIgual
EliminarPerfecto.
ResponderEliminarGracias, sois muy amables. Uno de mis objetivos es acercar la mitología griega y romana a nuestro tiempo y a los chavales.
EliminarMe ha sido muy útil para mi trabajo de mitología!!!
Eliminary a mi
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