
La
joven Admete, acostumbrada a los lujos de palacio y a la inmediata
satisfacción de sus deseos, había desarrollado un carácter
caprichoso, dominado por la envidia y que no era sino el fiel
reflejo, a pequeña escala, de la naturaleza de su padre. En secreto,
codiciaba la libertad que tenían otras muchachas de su edad, pero se
veía incapaz de renunciar a las comodidades de su condición. Se
conformaba imaginando aventuras que jamás acometería mientras
escuchaba las proezas de las amazonas que una vieja criada le contaba
por las noches.